Cuenca Desconocida

El castillo de la localidad de Cañete, en la Serranía Baja de Cuenca, es uno de esos elementos arquitectónicos que determinan la esencia de un lugar. Construido a unos 1170 metros de altura, los restos de la otrora imponente fortaleza defensiva se dejan ver aún imponentes sobre la población de casas de la localidad, vigilante, en recuerdo de un tiempo donde su mera presencia garantizaba la tranquilidad diaria en la vida de sus moradores.

Aunque no está clara su antigüedad, porque la base documental es apenas inexistente, puede decirse por las catas arqueológicas que se han llevado a cabo que lo que hoy tenemos es una fortificación islámica del s. X construida de una sola vez, como pasaría con las murallas,

Si tuviésemos que destacar algunas de sus características sin duda lo primero que pensaríamos es en considerarlo un ejemplo clásico de castillo roquero, esto es, adaptado al terreno sobre el que se construye y aprovechando todos y cada uno de los estratos de piedra sobre los que se eleva. 

También podríamos destacar su tamaño, y es que sus dimensiones son grandísimas en relación a otros elementos similares de la provincia. Así, tiene una longitud de más de 200 metros que, con su veintena de anchura, la convierten en uno de los recintos defensivos más grandes de Cuenca y, sin duda, el único gran recinto en pie de la época islámica que queda en la provincia.

Sabemos por sus peculiaridades que el Castillo de Cañete se trató de una plaza fuerte. Tanto por el poderío militar de tropas que albergó entre sus muros como por la planta en la que fue construido. Así, cuenta con tres recintos exteriores y uno interior (conocido como albacara).

Un dato más que amplia el interés del visitante sobre esta fortificación: su tipología es la de alcazaba, esto es, la de un recinto con la autoridad militar de la zona viviendo en él, erigiéndose como la cabeza del distrito que la englobaba y siendo una ciudadela militar de recintos múltiples.

El Castillo de Cañete puede visitarte de manera totalmente libre. Sólo hay que seguir las indicaciones y tener cierto cuidado al ascender y descender, pues la pendiente es importante. 

Y aunque hoy sólo quedan restos de lo que antaño fue un imponente lugar estratégico, nadie que sube al recinto y otea el horizonte desde allí puede por menos que subyugarse ante lo que es uno de los vestigios más impresionantes de la provincia conquense.